COVID nos dejó cicatrices; desde la perspectiva empresarial, hubo personas que perdieron sus empleos, así como organizaciones que estuvieron al borde de la quiebra y otras tantas que desaparecieron.
Fue una situación que ajustó estrategias, tácticas, planteamientos, iniciativas y al mismo tiempo, dio lugar a muchas reflexiones sobre el futuro.
Sin duda un giro a nuestro estilo de vida que obligó a reducir al máximo aquello que nos gustaba más (compartir), pero también aquello que nos gustaba menos (perder el tiempo).
Hay quienes vieron en ello oportunidades promisorias, como los jugadores FINTECH que buscan el impulso del ecosistema hacia una mayor adopción, y otros más tradicionales (entidades financieras no digitales) que cuestionan “el cuándo regresaremos a la normalidad”.
Y es que como en todo, hubo ganadores y perdedores. Sin querer enaltecer este evento que, sin duda fue terrible, existen quienes aprovecharon la coyuntura. Hablo de aquellas organizaciones que lograron transformarse y adoptar un esquema de trabajo digital, “en línea” y de manera remota, y que como consecuencia, hoy son más resilientes ante situaciones similares.
Es decir, transformaron su operación en “digital”, adquiriendo las competencias necesarias (y que deben evolucionar de manera continua), para mantenerse al día con nuevas y constantes demandas.
Son capacidades que están orientadas en generar nuevas propuestas de valor, para llevarlas al mercado lo antes posible; demandas genuinas que los clientes y la propia dinámica de mercado obligan, y que una vez implementadas, agregaron un valor adicional a la experiencia de cliente que ahora no puede “echarse para atrás”.
Se trata de un valor agregado que justamente atacó lo que menos nos gustaba antes de la pandemia: perder el tiempo. Es un valor intrínseco en cada momento del ciclo de vida del negocio (presente en todas las industrias), que el cliente valora y exige como un elemento mínimo en toda interacción.
Por tanto, la pregunta que surge es: ¿por qué no querer ajustarse una experiencia digital? Claramente una transformación en este sentido trajo beneficios adicionales más allá de una mejor experiencia del cliente.
Retó a las organizaciones para ser capaces de prescindir de espacios físicos (y el costo que estos conllevan), manteniendo la productividad y, en muchos casos, incrementándola significativamente. En pocas palabras, “hicieron más con menos”.
Y es que una operación remota y digital, abre la posibilidad a otros beneficios para la organización, reduciendo tiempos muertos (pérdida de tiempo) e incrementando la calidad de vida del empleado.
Hemos visto que “el trabajo puede estar donde la persona esté” y que, a raíz de COVID, confirmamos que la operación no se pierde ni disminuye (¡OJO! Siempre y cuando se cuenten con las herramientas correctas).
Desde mi perspectiva, son beneficios tangibles que no deben perderse “regresando a una normalidad”. Es decir, son cambios en el enfoque de la operación que pueden convivir con intercambios y actividades presenciales para construir valor y no para deteriorar calidad de vida de las personas (empleados y clientes).
Sin duda, la oportunidad que tienen algunas organizaciones que, al haberse incorporado en un modelo operativo “en línea”, las pone en una posición ganadora para ser más ágiles y con una mentalidad más abierta para sobrepasar cualquier reto.
Se trata de un enfoque que únicamente se puede lograr con una perspectiva de transformación digital y pensamiento de innovación para encontrar el CÓMO SÍ en lugar del CÓMO NO. Un modelo, que desde la configuración de los servicios financieros debe estar habilitado a través de nuevas soluciones que avancen a la par con esa nueva visión, para ir hacia adelante en un mundo cada vez más digital.
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G.
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Por Gustavo Solorio, Co-Fundador de Croop.
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